miércoles, 21 de enero de 2009

Cerrado por derribo

No abuses de mi inspiración,
no acuses a mi corazón
tan maltrecho y ajado
que está cerrado por derribo.

jueves, 15 de enero de 2009

De Finales conocidos

Recorrió el camino de memoria, sin mirar. Sus pies sabían de memoria cada muesca del sendero, cada saliente a esquivar. Su andar no era presuroso como tantas otras veces, esta vez casi no deseaba llegar; necesitaba que el trayecto se eternizase corriendo su destino hasta el infinito.
Su mirada vagaba más allá de esas conocidas calles, no veía nada del paisaje familiar. Sus ojos se entornaban al son de sus recuerdos, repasando con melancolía momentos de felicidad desvanecida, alegrías que endulzaban el alma, deleites que ya no estaban.
Nada hubiese hecho sospechar que las cosas no estuviesen bien, pero algo en su interior le decía que estaba yendo cansinamente hacia el final.

Todo su ser se inquietaba en alarmas de un desastre inminente y por más que trataba de acallar las voces que retumbaban en su interior no podía evitar sentir un abatimiento mortal.
Todo su ser se debatía en silencio, esos silencios tan suyos que nadie sabía interpretar. Esos silencios de miradas perdidas en mundos internos mucho más apasionados que ese exterior gélido que muchos confundían con su ser.
Cómo podía él adivinar que ella ya sabía, que podían evitar este último paso de comedia al que ella iba sin prisa, jugando un largo y doloroso pan y queso contra lo inevitable?
Cómo poder explicar que ella adivinó este final hace ya mucho tiempo, que lo vio emerger, madurar, tomar forma y debatirse?
El jamás vio lo que veían sus ojos, que observaban cada palmo de su alma mientras se atormentaba y debatía entre lo que debía, lo que podía y lo que ansiaba más que a su propio ser?

A veces el destino nos sorprende, nos toma por asalto, nos atraca en un recodo del camino y uno se queda mirando alrededor, con cara desconcertada y sin saber… Este nunca fue su caso.
Ella maldijo muchas veces ese saber, ese presentir. Y una vez más iba al encuentro de lo inevitable.

Lo demás sucedió rápido, vertiginoso, casi con perfección quirúrgica.
Apenas milésimas de eternidad después, ella desandaba el camino, con el mundo en sus hombros y el dolor de agolpado en sus pestañas en forma de pesadas lágrimas que no se decidían a caer.
Viejo y añejado apareció este recuerdo doloroso del final de una relación, que visto en perspectiva no lastima, pero se siente raro.

jueves, 8 de enero de 2009

Clap, Clap, Clap.

Yo no se cuándo empezó, tampoco se a quién se le ocurrió la idea ni los motivos; pero de un tiempo a esta parte la gente se la pasa aplaudiendo.
Como diría mi abuela: en mi época eso no pasaba.
Antes el aplauso era considerado una demostración de aprobación reservado solo para ocasiones especiales. Y un aplauso desganado o corto era la forma en que un auditorío demostraba disconformidad. Hoy el aplauso está como devaluado.
Quienes vayan al cine habrán notado que la gente muchas veces aplaude al final de las películas. Mi pregunta es simple: ¿a quién aplauden?. Me niego a creer que aplauden al director o los actores, porque esto sería en vano salvo que se trate de una avant premiere con la presencia del elenco en la sala. Por otro lado aplaudir al acomodador me parece una exageración y el dueño de la sala no hizo méritos para que lo aplaudan así que no veo ningún motivo para hacerlo.
La primera muestra de aplauso insólito fue en el casamiento de un amigo. Una vez que el cura hubo dicho la archiconocida frase: "los declaro marido y mujer" los convidados a la ceremonia religiosa comenzaron a aplaudir. Ante mi asombro la gente aplaudía como si el acto religioso fuese un paso de comedia con remate ingenioso. En un momento pensé que mi amigo se daría vuelta y remataría con un Cheeeeeeeeeeeeee, como para justificar el aplauso, pero por suerte no lo hizo.
En otra oportunidad asistí al velatorio de una quéridísima amiga. Una de esas madres putativas que la vida me regaló.
Como siempre en esas oportunidades, traté de no hacer el papel de la llorona y nos consolamos entre los presentes recordando anécdotas y riendo con nostalgia. Por momentos alguien lloraba con desconsuelo y en general el clima era el habitual en esas circunstancias. Todo fue normal hasta el momento en que el cajón comenzó su incursión a la fosa. No se bien cómo ni por qué: comenzaron los aplausos!
Confieso que esta vez me descolocó. No supe qué hacer y por no parecer descortés palmeé mis manos dos o tres veces, pero reaccioné a tiempo y sonreí de costado pensando qué hubiese dicho la difunta ante tamaña zoncera. Por cierto, mi amiga no era artista.
Debe ser algo new age, cosas de la medicina holística supongo. Quizás la gente descubrió que aplaudiendo se limpia el chi, o se destapa algún chakra, o Sai Baba emanó un comunicado diciendo que el aplauso materializa joyas. La cuestión es que la gente está con el aplauso en la punta de sus dedos o a flor de palma, siempre listos como los boy scouts y ante situaciones de lo más desopilantes:
  • Te salió bien el omelette?: aplausos
  • El nene hizo caca?: aplausos
  • La nona se desgració en la mesa?: aplausos
  • El ginecólogo terminó el tacto?: aplausos
  • El perro orinó la alfombra?: aplausos
Basta! Qué es eso de aplaudir porque si, porque no se sabe qué decir, o por no tener bolsillos.

sábado, 3 de enero de 2009

Chíngun bel.

Los festejos de fin de año producen un sinfín de sensaciones en la gente, pero una amplísima observación de campo me permite afirmar que la mayoría opta por el humor al estilo Grinch y se pasa dos larguísimas semanas del año refunfuñando.
Yo no se si alguna vez refunfuñé por las fiestas, pero creo que pasé del estado de emoción violenta que me invadía de niña a este estado de observación atónita que acuso hoy día.

De chica amaba las fiestas.
El 23 de diciembre mi viejo nos cargaba en el auto y a la voz de: "Si se olvidan algo no vuelvo", recorríamos los dos mil y tantos kilómetros que nos separaban de la parentela.
Todo era fiesta para nosotros los niños, no nos importaba si alguna cuñada nunca traía nada o si el tío fulano terminaba siempre borracho cantando cinco verdades. Disfrutábamos juntarnos, emborrachábamos un pavo con nueces y cogñac antes que mi abuela viniese a buscarlo para ponerle fin a su vida de pavo. Ella era la encargada de introducirnos en el arte de pelar y deshuesar a la pobre víctima, y con eso éramos felices.
Papá Noel no era taaan importante, la mayoría de las veces los juguetes duraban quince minutos y terminaban tirados porque nos íbamos corriendo a trepar árboles o a meternos a la pileta.
Las fiestas de mi infancia eran la oportunidad de reunirnos y eso se festejaba, nos reconocíamos en cada cosa que hacíamos y reafirmábamos nuestra pertenencia cocinando y riendo juntos.

Más tarde pasé algunas fiestas en el sur, lejos de mis primos y parientes, y tampoco recuerdo haber refunfuñado. Cenábamos en familia y luego de las doce la puerta de calle quedaba abierta porque la gente iba apareciendo a saludar sin invitación previa. En año nuevo mi papá acostumbraba fumarse un puro y a medida que crecimos nos dejaba participar de la ceremonia. Recuerdo claramente el díá que mi hermano y yo pudimos sentarnos a compartir el ritual, creo que fue su forma de decirnos que nos consideraba adultos.
Eran fiestas menos bulliciosas que las de mi niñez, pero con cierto aire de apacibilidad. Las fiestas en el sur eran de amigos, esa especie de familia que uno elige en la vida y que en ciertas geografías son fundamentales.

Muchos años después ya en la capital me casé y comprendí lo que significan las fiestas de fin de año para la mayoría de la gente: peleas por la casa en la que se cenará, discusiones por la comida, desprecios por lo que trae alguna cuñada o nuera y todo tipo de miserias humanas.
Recuerdo esas fiestas como eventos "desangelados", sin risas genuinas, sin calma y paz.

Actualmente disfruto de las fiestas. No se por qué, no importa si la familia no puede juntarse, tampoco si alguna amiga está lejos. Simplemente disfruto.

No termino de entender por qué la gente se complica la vida y termina llegando a las doce del 24 con un estresazo. Soy madre y supongo que alguna vez me tocará que mi hijo no pase las fiestas conmigo, quizás se vaya a la casa de los suegros, más probablemente se vaya a escalar el himalaya en zunga para brindar haciendo cumbre; pero no imagino que mi amor por él disminuya por ese tipo de desiciones. Me gustaría poder inculcarle que el amor no tiene día ni hora, que brindar a las doce no nos convierte en los "más mejores amigos" y que si alguien decide comer un sanguchito de salame con cerveza el 31 de diciembre el mundo seguirá girando.

Así que brindo de todo corazón que cada uno pueda descubrir el encanto de disfrutar en paz las fiestas, en familia, con amigos, solos o con su mascota.