miércoles, 14 de septiembre de 2011

Condenados

Ironías.
Cobardía que acalambra el ser. 


La muerte una vez más es tema de tapa. La muerte acá a la vuelta. Cercana, vecina.
La muerte que como no es mía, parece pasarme de costado.
Maldita sociedad que desprecia la vida una y otra vez. 
Malditos nosotros, incapaces de honrar la vida y el momento.
Sociedad quejumbrosa que no se atreve a ser. 
Debieran castigarnos por no honrar cada minuto, por no amar hasta los huesos, por no reir con ganas, por no comprometernos con el otro, por despreciar la vida, por no ser solidarios...
Castigados por no ser! 





viernes, 2 de septiembre de 2011

Desamor

Yo fui chica, como todas las demás personas. Bueno, como todas las demás personas que hoy son adultas y antes fueron chicas.
Yo fui chica, decía. Y tenía claras muy pocas cosas en la vida.
Pero cuando era chica sabía que me cuidaban. No hablo de mi mamá y mi papá, no porque ellos no me cuidaban, sino porque doy por descontado que ellos lo hicieran. Que al fin y al cabo: eran los viejos!, cómo no iban a cuidarme? 

Mi papá y mi mamá me cuidaban, como cualquier papá y mamá hace con sus hijos, adorados y deseados; salvo cuando la macana era MUY grande y me corrían por toda la casa al grito de: no abuses de tus piernas (como si una no supiese que esa destreza de Ben Johnson, era un don divino para casos de emergencia como esos).
Pero en general, los días transcurrían mansos, sabiéndome cuidada por los viejos.

También había un ejército de cuidadores adjuntos, formado por las maestras, el entrenador del club, las madres y padres de mis amigas, el panadero, la verdulera, el pelado de la bicicletería, el viejito que tomaba sol en la vereda a la hora de la siesta, sentado en su silla y con el bastón en una mano.
También me cuidaban, el loco que comía hormigas en la puerta del correo, la sra que lavaba ropa para la gente de la cuadra y vivía en una casona vieja y desvencijada, también el chileno de la chacra (un chileno que no trabajaba mucho, pero que tenía problemitas de documentos, decía mi viejo, como eufemismo de que estaba escondido y no iba al pueblo por miedo a que lo cachen los amiguitos de Pinochet).
Si hago memoria, podría llenar hojas con la gente que me cuidaba. Y no porque yo fuese TAN difícil de cuidar; sino porque era normal.

Era una época donde los niños éramos cuidados por todos y cada uno de los que pasaban cerca.


Hoy día soy mamá y siento que mi hijo, al igual que el tuyo, está desprotegido.
Si la mamá de mi hijo, o sea yo, se dedica mañana a fumar pichicata, se hace mula o lo faja: nadie lo protege.
Si mi hijo -o el tuyo- tienen un problema en la calle, la gente pasará apurada a su lado sin preguntar. 
Si lo roban lejos de casa, solo dios sabe cómo podrá volver.


Nos convertimos en una sociedad que no protege el futuro. Los dejamos a la buena de Dios en nuestra vorágine pelotuda por alcanzar quién sabe qué cosa.
Hace una semana exacta, salí del club a última hora del día, y un adolescente de unos 14 años llamó mi atención.
Disfruto de los viernes, amo ir a buscar a mi hijo al club y volver caminando y charlando de la sexualidad de los ángeles y la desertificación del cantero de la vereda. Pero el adolescente llamó mi atención. 
Paré y le pregunté si necesitaba algo y me dijo que estaba perdido, que le parecía que estaba cerca, pero no sabía. Luego de preguntarle hacia dónde se dirigía, lo acompañamos tres cuadras y le indicamos que desde allí camine derechito dos cuadras y listo.
Cuando lo dejamos mi nene me preguntó cómo sabía que estaba perdido. No se...tenía cara de susto, le dije.


Empecemos a cuidarlos. Ellos son nuestro futuro, la esperanza de un mundo mejor. Dejemos de cargarles el mensaje de que nos importan un carajo!
Empecemos a transmitirles nuestro amor y nuestro interés a nuestros hijos: al tuyo, al del vecino, al que no tiene padres, al vagoneta, al estudioso, al que se ríe, al que lleva el peso del mundo en sus pestañas, al que juega, al que nunca pudo jugar, al de capital, al del conurbano, al de Chaco.
Empecemos a demostrarle a los chicos de nuestro país que son el tesoro más preciado.


Por las miles de Candela que aún quedan.