sábado, 9 de noviembre de 2013

La hoguera de las vanidades

La historia, dicen, se recrea.
Los seres humanos repetimos ciclos una y otra vez hasta que fruto del aprendizaje logramos trascenderlos.
Pareciera no ser este nuestro caso.

Asistí como espectadora, quizás actriz de reparto, a una nueva edición de la hoguera de las vanidades. 
Una pira incendiaria tendiente a purificar por medio del fuego lo que los iluminados del momento consideran pecaminoso, lujurioso, desmoralizante para una sociedad que asiente impávida el festín de unos pocos.

Un acontecimiento cualquiera es utilizado para estigmatizar, señalar, moralizar y "poner en caja" a los que se atrevan a pensar con indicios de libertad.

Como sucede en este mundo global y antojadizo en el que vivimos, el acontecimiento elegido llevaba número y letra: #8N. Se nos ha puesto que ya nada tendrá nombre, todo parece una movida de batalla naval, en fin...

Y apenas nacido el #8N comenzaron las arengas de los Savonarolas modernos, intentando disponer de mi derecho a pensar (o no), de mi derecho a elegir, de mi derecho a decir o callar, de mi derecho a marchar, correr, o rascarme el pupo como forma de expresión.

Y entonces hasta el más rebelde se vistió de monje y arrojó sus escritos a la hoguera, los artistas de renombre incendiaron sus obras, las señoras temerosas quemaron atuendos impúdicos y los más libertinos escondieron sus intenciones por miedo a ser juzgados.

La hoguera de las vanidades, versión argenta se puso en marcha. Cadenas de mails y mensajes de texto insuflando los vahos pestilentes del miedo. Voceros mediáticos de la decadencia agitaron fantasmas tan creíbles como Gasparín. Señores de alquiler que venden sus flácidos valores al mejor postor quisieron convencernos de ser lo que no somos.

Todos trataron de disuadir nuestra intención de decir que el país está como el culo, que las libertades individuales dependen de tu orientación política, que tu hijo está vivo de favor, que la droga no es de locos lindos y que los narcotraficantes no son prósperos inversores, que Clarín me importa un pito, pero que callen a los disidentes es una mierda, que la educación hace agua y el trabajo escasea. 
Trataron de hacerme creer que vivo en Suiza, pero salgo a calles que están en guerra y rezo por volver sana y salva a casa. Miro las caras y veo desesperanza, camino por veredas llenas de gente durmiendo, me choco con chicos con la muerte escrita en sus pupilas llenas de paco.

Trataron...Sin embargo, ahí estuve. 

Uds sigan: alimenten el fuego con el desinterés, aviven las llamas a cambio de unas monedas, vendan el silencio cambio de una changa, rifen el futuro de sus hijos (si es que tienen la suerte de que lleguen vivos al futuro) e hipotequen su esperanza de una vida mejor.

Sean parte de la hoguera. Y disfruten de la histeria colectiva y del efecto hipnótico del fuego de esta hoguera. 

Sean felices señalando o mirando para otro lado. 

Jueguen y coqueteen con el poder, pero no me pidan que haga lo mismo.