domingo, 30 de noviembre de 2008

Siestas Navideñas

Ese año hacía un calor descomunal. Me acuerdo cómo llenábamos sucesivos fuentones de acero con agua de la bomba a los cuales mis tíos ponían mitades de barras de hielo para enfriar un ejército de botellas que contenían todo tipo de bebidas, espirituosas y de las otras.
Dsepués del almuerzo la casa quedaba vacía de adultos, iba desapareciendo de a uno. Se amontonaban en los tres dormitorios intercomunicados y cerraban las puertas para que el frío del aire acondicionado no se escurra. El aire había sido prendido aproximadamente una hora antes y a los chicos se nos sentenciaba a no abrir las puertas.
Aún me veo a la siesta en la pileta de lona, armada a la sombra de una parra para que el sol calcinante del verano santafesino no nos de "de lleno". Me acuerdo apoyada en la esquina de la pileta, con el agua hasta el pecho, en una especie de imitación de algún emperador romano, comiendo las uvas que descansaban en un reciepiente plástico que flotaba sobre el agua.
Recuerdo sobre todo el silencio siestero de las tardes navideñas, donde el sacrilegio de despertar a los adultos era una de las pocas cosas que no estaban permitidas.
Pasábamos la siesta en la pileta comiendo uvas o sandía, o las dos cosas, porque en esa época tener diarrea por un atracón era festejado y nadie corría al médico o a comprar Gatorade para hidratarnos o devolvernos sales al cuerpo.
Las rosas chinas estallaban de flores y siempre recibían con beneplácito la visita de los picaflores, que despertaban toda nuestra imaginación para tratar de capturarlos. Pero los picaflores no eran como las chicharras y se nos escurrían frente a nuestras miradas atónitas.
Las chicharras en cambio, siempre colaboraban y se dejaban poner hilo de coser alrededor de su cuerpo rechoncho para que nosotros paseásemos con esos globos raros que no serían multicolores pero despertaban risotadas acalladas tratando de volar.
De a poco los adultos iban volviendo a la vida con ritmo cancino, las tías se sentaban alrededor de la pileta con el termo, el mate y alguna bandeja con budín y pan dulce. Nosotros íbamos saliendo del agua con las manos y los pies arrugados por el exceso de tiempo inmersos en el agua y los menos ariscos nos dejábamos envolver con toallones y brazos cálidos.
La orden militar sonaba con estruendo: Cambiate el calzón que te vas a enfriar! Porque en la casa de mis abuelos no exigían traje de baño, así que ahí andábamos todos los primos y primas en calzones por la siesta. Unos calzones que vaya a saber de qué tela eran porque se estiraban hacia abajo con el peso del agua, dándonos un aspecto gracioso que siempre veíamos en el culo ajeno pero no en el propio, claro.
Ya con calzones secos nos uníamos a la ronda de mate y budín casero.
Para eso mi abuela había pasado una o dos tardes al calor de la cocina económica, porque la cocina a gas no servía para esos menesteres. Hacía budines y una torta tradicional del este de Europa, cuya receta nunca conocí del todo, pero que insistíamos en llama "gudicha" sin saber bien que el cambio de nombre era una broma de mis tíos porque mi abuela rabiaba al oir que le decían concha a su torta, en vaya a saber qué dialecto.
Los chicos no tomábamos mucho mate, para nosotros había Crush porque el resto de las gaseosas no gozaba del beneplácito de los adultos.

Más tarde nos bañarian y vestirían con ropa elegante para ir a la misa de gallo con la abuela y las tías, pero eso ya no es parte de la siesta de navidad.

2 comentarios:

Renegado dijo...

Me hiciste rememorar mi infancia.
Que linda época. Que simple era todo.

piscuiza dijo...

Cuánta razón: Que simple era todo. Si me permite le pienso robar la frase para un próximo post. Gracias por su colaboración desinteresada.
Saludos