sábado, 3 de enero de 2009

Chíngun bel.

Los festejos de fin de año producen un sinfín de sensaciones en la gente, pero una amplísima observación de campo me permite afirmar que la mayoría opta por el humor al estilo Grinch y se pasa dos larguísimas semanas del año refunfuñando.
Yo no se si alguna vez refunfuñé por las fiestas, pero creo que pasé del estado de emoción violenta que me invadía de niña a este estado de observación atónita que acuso hoy día.

De chica amaba las fiestas.
El 23 de diciembre mi viejo nos cargaba en el auto y a la voz de: "Si se olvidan algo no vuelvo", recorríamos los dos mil y tantos kilómetros que nos separaban de la parentela.
Todo era fiesta para nosotros los niños, no nos importaba si alguna cuñada nunca traía nada o si el tío fulano terminaba siempre borracho cantando cinco verdades. Disfrutábamos juntarnos, emborrachábamos un pavo con nueces y cogñac antes que mi abuela viniese a buscarlo para ponerle fin a su vida de pavo. Ella era la encargada de introducirnos en el arte de pelar y deshuesar a la pobre víctima, y con eso éramos felices.
Papá Noel no era taaan importante, la mayoría de las veces los juguetes duraban quince minutos y terminaban tirados porque nos íbamos corriendo a trepar árboles o a meternos a la pileta.
Las fiestas de mi infancia eran la oportunidad de reunirnos y eso se festejaba, nos reconocíamos en cada cosa que hacíamos y reafirmábamos nuestra pertenencia cocinando y riendo juntos.

Más tarde pasé algunas fiestas en el sur, lejos de mis primos y parientes, y tampoco recuerdo haber refunfuñado. Cenábamos en familia y luego de las doce la puerta de calle quedaba abierta porque la gente iba apareciendo a saludar sin invitación previa. En año nuevo mi papá acostumbraba fumarse un puro y a medida que crecimos nos dejaba participar de la ceremonia. Recuerdo claramente el díá que mi hermano y yo pudimos sentarnos a compartir el ritual, creo que fue su forma de decirnos que nos consideraba adultos.
Eran fiestas menos bulliciosas que las de mi niñez, pero con cierto aire de apacibilidad. Las fiestas en el sur eran de amigos, esa especie de familia que uno elige en la vida y que en ciertas geografías son fundamentales.

Muchos años después ya en la capital me casé y comprendí lo que significan las fiestas de fin de año para la mayoría de la gente: peleas por la casa en la que se cenará, discusiones por la comida, desprecios por lo que trae alguna cuñada o nuera y todo tipo de miserias humanas.
Recuerdo esas fiestas como eventos "desangelados", sin risas genuinas, sin calma y paz.

Actualmente disfruto de las fiestas. No se por qué, no importa si la familia no puede juntarse, tampoco si alguna amiga está lejos. Simplemente disfruto.

No termino de entender por qué la gente se complica la vida y termina llegando a las doce del 24 con un estresazo. Soy madre y supongo que alguna vez me tocará que mi hijo no pase las fiestas conmigo, quizás se vaya a la casa de los suegros, más probablemente se vaya a escalar el himalaya en zunga para brindar haciendo cumbre; pero no imagino que mi amor por él disminuya por ese tipo de desiciones. Me gustaría poder inculcarle que el amor no tiene día ni hora, que brindar a las doce no nos convierte en los "más mejores amigos" y que si alguien decide comer un sanguchito de salame con cerveza el 31 de diciembre el mundo seguirá girando.

Así que brindo de todo corazón que cada uno pueda descubrir el encanto de disfrutar en paz las fiestas, en familia, con amigos, solos o con su mascota.

5 comentarios:

Unknown dijo...

hola piscuiza
hermoso relato de unión familiar.

Según mi madre yo era la alegría de las fiestas,me encanta divertirme y compartir.
Este Fín de año fué desagradable y se lo confieso si bien es una intimidad.
El padre de mis hijos, que olvidó el concepto de alimentos por 20 años, y al que no denuncié por pedido de mis hijos que temían su desamor, le ofreció a mis hijas un viaje a las Cataratas(total la fiebre amarilla no le preocupa) y por supuesto mi hijo menor pasa el fin de año con él.
Una, la mayor cuando llegué de la guardia, ya había hecho el bolso.
La del medio, que es muy empática se quedó.
Pero no pude evitar la bronca y la sensación de que este sujeto, que es tan distinto y tan parecido a áquel con quien me casé no va a cejar nunca en su resentimiento. Va a tener conductas como ésta de mezquindad espiritual.
Y a pesar de que él se casó otra vez y tiene una hija de su matrimonio.
Bueno ya pasó.
disculpe que use su blog para contar mis miserias, pero su texto me llevó a confesiones de enero.
Besos.

piscuiza dijo...

Cerri soy madre y la comprendo. Mi ex tampoco comprende bien el concepto de alimentos, ya que él juzga que eso sólo incluye lo que el niño come y no los estudios, la vivienda y demas minucias.
A veces, también siento cierta espina en el corazón cuando veo que quieren borrar años de desentendimiento paterno con un espejito de color, pero son apenas espinitas. Porque en definitiva se que la que está, la que pone paños cuando sube la fiebre, la que conoció a su primera amiga especial, la que escucha sus broncas y alegrías soy yo.
Nunca entiendo por qué algunos ex son tan revanchistas y toman a los niños y las cuotas alimentarias como excusa para hacernos pagar cuentas ficticias a sus ex mujeres. Pero mientras ellos buscan las mil y una venganzas, le sugiero que aproveche el nido vacío, se pasee en calzones con una copita de vino rico en la mano, escuche la música que le plazca, se depile, lea y disfrute mucho, mucho, antes que los terremotos vuelvan al grito de: Maaaa, tengo hambre.
Le mando un abrazo enorme y no se ponga pachucha, que los chicos son chicos, pero no tarados.

Unknown dijo...

Gracias, Piscuiza, por dejarme llorar.

Diosita dijo...

hola Piscuiza, yo tambien disfruto muchísimo las fiestas y cualquier celebración. Y no entiendo el por qué de tanto kilombo de angustia depresión peleas, ect. que se arma con estos ritos. Me encantó tu blog. saludos librianos.

piscuiza dijo...

Diosa: Gracias por su visita y los halagos.
Saludos