lunes, 22 de diciembre de 2014

Las formas sutiles de anular al otro

Un día como tantos, me dirigí a una dependencia municipal dispuesta a brindar una jornada de formación laboral.
Para mi alegría, el lugar era un moderno y coqueto edificio. Teniendo en cuenta que la mayoría de las veces me encuentro con instalaciones en dudoso estado de higiene y seguridad sonreí a pesar de encontrar todo cerrado.
Quince minutos después de esperar en una vereda a pesar de ser pleno invierno, arribaron los primeros empleados, abrieron el edificio y me indicaron amablemente dónde se ubicaba el aula destinada a la formación.
La jornada transcurrió sin mayores sobresaltos, y podría decir que a no ser por los sucesos del final, habría quedado en mi memoria como un buen día.


A eso de las 17.50 comencé a juntar el material y a charlar sobre los temas a abordar en la próxima jornada.

Los chicos se retiraron y yo aproveché para ir al toilette, ya que me esperaba un viaje de aproximadamente unos 40 minutos (siempre que los accesos a capital no presentasen mucho tráfico) hasta llegar a casa.

Al salir del toilette me encuentro a tres chicas con cara de pánico: -Profe se fueron todos!

Me costó unos segundos comprender el sentido de la frase, pues lo lógico era que "se fueran todos". Sin embargo lo que las jóvenes intentaban decirme era que en el edificio no quedaba nadie más que nosotros. 

Me dirigí al aula, junté mis petates y subí al ascensor sonriendo por el exceso de preocupación de mis alumnos ya que no era la primera vez que al terminar un curso me encontraba en un edificio desierto, o, a lo sumo, con algún guardia de seguridad. 

Los empleados municipales trabajan hasta las 14 horas, algunos pocos hasta las 16, pero vamos que yo termino a las 18 y que alguien se quede es un milagro!


Con esta tranquilidad en mi mente bajé del ascensor y me encontré con un panorama desolador. El problema no era que se hubiesen ido todos, el problema era que estábamos encerrados tras una persiana con alarma activada!

Tomé el celular y llamé a mi coordinador sabiendo que era inútil...Ya eran más de las 18!
Llamé al referente municipal, no respondió. Llamé al tutor de los jóvenes, no respondió. 
Finalmente y ya desesperada volví a llamar a todos los celulares y en todos dejé el mismo mensaje: si en 15/20 minutos no tenemos novedades, disparo la alarma del edificio y que nos saque la policía. Después vemos cómo lo explicamos.


Era invierno como dije al comenzar y como es normal, comenzaba a oscurecer. Los chicos comenzaron a preocuparse por salir de noche ya que el distrito en cuestión cuenta con el orgullo de ser uno de los mayores índices de delincuencia. Comenzaron los llamados a sus casas para avisar lo que nos pasaba y las recomendaciones de viaje para salir más rápido y sin inconvenientes hasta la avenida más cercana.

Estuvimos allí media hora hasta que una mujer sin mediar explicación, vino a abrirnos la puerta con evidente cara de enojo.

Y acá viene la pregunta: Hay alguna forma más efectiva, elocuente e hiriente de demostrar el desinterés que sienten por esos jóvenes ávidos de aprender y mejorar, que actuando como si no existiesen?



Ignorar al otro, es la manera más sencilla de anularlo. 

Cuando te ignoro te digo que no me importás, en una de las formas de violencia psicológica más dolorosas. 
Cuando te ignoro, lo que hago es profundizar los sentimientos de carencia y frustración, cuando se supone que lo que buscamos es potenciar y empoderar a los jóvenes.
Cuando te ignoro te digo simple y claramente: Vos no valés!


Cuando subí al auto puse uno de mis mantras más efectivos para esos días en que la impotencia se anuda en la garganta y la bronca empaña mis ojos. Vine todo el camino con la ventanilla baja (sí en pleno invierno) repitiendo la misma canción una y otra vez como mimo a mi y a ese grupo de jóvenes a quién volvería a ver dos semanas después.

Se los dejo  como bálsamo de regalo, para "esos" días.

M.


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